Horas Cóncavas // Acercarse A La Fragilidad De La Escritura

Horas Cóncavas

 

“Cómo decirte, compañera del alma


insondable,


que el amor nunca renunció a nada,


y por eso, no existe.”




-Miguel Oscar Menassa-

Acercarse A La Fragilidad De La Escritura

Escribir como una araña,
nada saber de mí, pero yo...
nombres... teorías... nombres...

Me doy cuenta de que en este momento
me hago saber que me puedo decir, a mí, pero yo,
nombres... teorías... nombres...
el rigor con el que no me reconozco me hace decible
-la frase que me implica-
lo incierto se deja en mi mano una medalla.

Pautas, títulos, elegir, desechar...
Cortázar, Rulfo, Nietzsche, Noviembre,
Febrero...
me levanto a calentar un café, se me olvida la frase, me resulta vacía,
¿lo vacío no resulta?... ya he cruzado una esquina, puedo volver sobre mis pies, puedo negarme en esta zancadilla, construirme cuando estiro una pierna,
lo puedo no contar,
¿y para quién lo cuento?

Traducirme a palabras,
suprimir lo que sé, ¿existe saber?
mañana empezaré desde el blanco impreciso...

Pero...
corregir, ordenar, ordenar, decidir...
no está debajo de la cama, no en el congelador,
me levanto a cepillarme el cabello,
tengo el impulso de cepillarme el cabello:
llorar... llover... llegar... llo...

Cada vez que me quedo así, sin saber –yo-
con una sensación de presencia que viene,
me salgo a recibir en movimiento,
¿estoy segura de que eso sea así?... ¡no!,
¡es esa humanidad que me invade!,
los intersticios, las palabras, lo púrpura,
el color de lo púrpura ha arrancado los relojes de mi carne,
yo presiente esta noche tus brazos tan suaves, no profundos,
los ruidos que conducen las cosas, la densidad del placer,
la tensión de la idea, las patatas con todo su corazón.

Los flecos de las voces, el sitio, la manera,
la sobredeterminación,
la pobreza.

La decisión.

No digo nada,
digo: promiscuidad, avaricia, lo que como se llame.

Con los ojos vendados, así es como se escribe,
acosada por el género, por los nombres, por el reloj,
garrapatas en el asiento de la silla,
hormigas en la cabeza,
pájaros en las metáforas,
serpientes en el cuadro universal del silencio,
mi lengua consulta un otorrino que disfraza el dolor
y los asesinatos que nos aguardan,
besos aquí.

El acto de estar callada, de conversar
mi palabra de Muerte,
aquella que se acurruca en mis brazos de Sábado,
la otra que se acurruca en mis brazos en los que nada puede estar,
aquella que se sienta en el frío en mis brazos,
la sobreacumulación que conduce esta máquina,
me cepillo el cabello, me levanto la voz,
estos signos que agreden...

Las cartas que se me olvidan en el desorden del armario,
la imposibilidad de abrir la caja que debe estar en la consigna del armario,
el orden de la estampida de las cosas que no se pueden comunicar,
el error que se instala y asalta los puentes,
los cacharros, la culpa, la evasión.
De tres en tres...

Puede ser el sonido del carrusel que adormeció mi cuna,
puede ser que es desnuda la paradoja,
puede que sea posible que abandone este escrito,
no volver a saber de este mí,
no tomar aspirina dos veces, no comer del mismo pan al día siguiente,
no procurarme más.
Lo que en verdad me fascina, es este corte en la mano,
este agujero en el espacio, este bolsillo que se arranca, esta confusa pretensión,
esta tormenta,
este sabor a ozono, el primer día de la lluvia, el olor a ceniza,
el sexo que endulzó la mañana, aquella infancia con perfume de hoy,
la trigonometría de las piedras que festejaban mis zapatos brillando ante mis ojos nuevos.

El hecho de la lluvia es la lluvia tiritando para tender a los brazos maternos, la lluvia de Diciembre de 1.971 y el hielo que dejó la mañana de reyes junto a un patín, mi cartera de plástico, la falda delante del fotógrafo con una rosa protegiéndome el miedo, el placer de no estar entonces en las palabras, vaciarse ahora, vaciarse nunca, la exigencia del rojo, la muralla del negro.