Prosigues en el poema... y sigues. Hablas como para curar el cuerpo. Las lágrimas, la emoción, son un cuadro perfecto de floresta. Una vez me pediste que me desarticulara y me desarticulé. Ya no podemos conversar, la página es hermética, ya te lo he dicho: ¡los nombres propios!.
Algunos insectos filosóficos se han filtrado, han invadido.
Luego ni siquiera puedo decir la importancia que tiene una t, la insistencia en el llanto sigue secando los ojos...
Luego vienes y es que se ha malinterpretado y ni siquiera puedo decir la importancia que tiene una p, poder y no poder son la misma mirada de absoluto...
Luego vienes y no sabes qué hacer con tus fragmentos, estás entero, en completud en cada diccionario y nunca pude decir la importancia que tiene una l, sigo sembrando pistas que se siguen borrando, se cierra la portada de este libro en otro libro aquel, en la fotografía de mis letras, ya te lo he dicho: ¡los brazos propios!.
Tú atado a las sogas de los renglones. Tú atado a la soberanía del decir. Tú discutido por una negativa y yo viéndote sin ti, sin acudir a nombrarte.
Tú atado maniatado a repetir mi pelo, a repetir mi imagen, a entrar no haber llegado y luego vienes y es que te habías perdido, desatendido, enfermado, ya te lo he dicho: ¡es el tiempo, este tiempo, el ahora!
Y vuelves a venir sordomudo y vestido con una falda y donde yo te dije: muy bonito, prevalece un silencio espectral y la emoción sigue tirando de la tinta...
Me dan ganas de revelarme contra las perlas, los zafiros, las esmeraldas, los torcimientos, las erratas, los desvaríos, las pirámides que atraviesen la noche de los tiempos, te revuelves en inmortalidad, y aunque así fuera, el cuerpo – me dices cuando vas a venir- no sabe qué hacer con sus fragmentos.
* Miguel Hernández
13/03/2006, 6:02:51
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